jueves, 23 de septiembre de 2010

100 AÑOS DE LA UNAM

  Amigos: Les envío el siguiente artículo sobre el centenario universitario para su refelxión.
Fernando Belaunzarán
100 AÑOS DE LA UNAM
Fernando Belaunzarán 

México celebra 100 años de su universidad reabierta. Decisión acertada de las postrimerías del Porfiriato que tuvo duras pruebas y supo funcionar y resistir durante sus primeros años, incluso décadas, en circunstancias difíciles y adversas. Es heredera, por supuesto, de la primera del continente americano, “La Real Universidad de México”, que luego sería Pontificia. Aunque su cédula de creación es de cuatro meses posterior a la de San Marcos –12 de mayo y 21 de septiembre de 1551, respectivamente- sus cursos comenzaron años antes que la limeña. Sus puertas fueron cerradas y abiertas intermitentemente en el convulso siglo XIX durante los conflictos entre liberales y conservadores –era bastión político de estos últimos-, siendo durante la intervención francesa la última vez en ese siglo que abrió y también que cerró –fruto de la contradicción de un Partido Conservador que trajo a gobernar a un Emperador liberal.

Siendo Ministro de Educación Pública, el notable tribuno y conocido intelectual positivista, Justo Sierra, fue el promotor más visible de volver a instaurar la universidad de la nación. Porfirio Diaz publica el decreto con fecha del 24 de septiembre de 1810 de la “Ley Constitutiva de la Universidad Nacional de México”, la cual en su artículo 2º indica: “La Universidad quedará constituida por la reunión de las Escuelas Nacionales Preparatoria, de Jurisprudencia, de Medicina, de Ingenieros, de Bellas Artes (en lo concerniente a la enseñanza de la arquitectura) y de Altos Estudios… El gobierno federal podrá poner bajo la dependencia de la Universidad otros institutos superiores, y dependerán también de la misma los que ésta funde  con sus recursos propios , previa aprobación del Ejecutivo, o aquellos cuya incorporación acepte, mediante los requisitos especificados en los reglamentos” (Tomado de  “Una historia de la Universidad de México y sus problemas”, de Jesús Silva Herzog –el abuelo)

Como se sabe, la autonomía se consiguió hasta 1929 por un movimiento que no se lo había planteado y que incluso el gobierno de ese entonces lo veía más como un castigo que como una medida que ayudaría, como la ha hecho de manera notable, al desarrollo académico. Hay que recordar que los jóvenes dirigentes de ese entonces estaban ligados al vasconcelismo que osó disputar electoralmente la conducción del país al recién inaugurado partido oficial y en plano maximato. La confrontación con los “gobiernos de la revolución” se recrudecería al grado de que 1933 se expide una Ley orgánica en la que se comprometía el gobierno federal a darle 10 millones de pesos a la universidad y desentenderse por completo de ella.

La raíz del conflicto tiene importancia en la medida que no se circunscribe a ese momento sino que ha estado presente a lo largo de su historia. Más allá de conflictos estudiantiles que en esas primeras décadas tuvieran al gobierno universitario con mucha inestabilidad, el punto de quiebre siempre ha estado en otra parte: lo incómodo que le resulta a un gobierno con pretensiones hegemonizadoras la libertad de pensamiento, el no poder controlar la educación. Sin embargo, ese libre pensar, investigar, enseñar, esa pluralidad que forma parte de su esencia, es lo que ha hecho de la UNAM el gran centro cultural e intelectual de América Latina que hoy es.

Algo fundamental en la historia de la Universidad de la Nación es su generosidad que le ha rendido frutos de sobra. El exilio español encontró en sus aulas el refugio ideal para desarrollar y comunicar sus conocimientos e ideas. Hay un antes y un después de la llegada de estos hombres y mujeres que con la desgracia nacional y, en muchos casos, familias, a cuestas tuvieron que rehacer sus vidas al otro lado del océano. Otros perseguidos de otras tierras también han sido acogidos, los cuales han compartido sus saberes para beneficio de México. Merecen mención especial los perseguidos por las dictaduras del continente. En un país con gobierno autoritario, la UNAM ha sabido ser oasis del libre pensar y eso es, reitero, el fundamento de su éxito y la trascendencia de su obra.

Un rector excepcional, Javier Barros Sierra, defendió la autonomía universitaria y supo expresar con dignidad el valor de los derechos y libertades conculcadas por un régimen que en excesos criminalizó a los jóvenes. La comunidad universitaria cerró filas con él escribiendo una página gloriosa e imprescindible para entender la lucha por la democracia en México. La absurda, aberrante y trágica masacre de Tlatelolco fue una derrota moral del viejo régimen, mientras que los estudiantes se convirtieron en factor de cambio y esperanza de un país distinto. El 68 fue el inicio del fin del viejo régimen y la UNAM se hizo presente en la difícil, ardua y compleja lucha por la transición.

Es verdad que la “Ley orgánica de 1945” que le dio estabilidad durante décadas a la UNAM ya está rebasada en los hechos y esa es una de las razones que explican los conflictos posteriores que ha vivido. Está pendiente su necesaria democratización, pues el peso de la burocracia suele mediatizar en cierta medida a la academia. Espero que pronto logre tener una legislación más acorde con los tiempos, pero que de ninguna manera esa carencia puede empañar la merecida celebración para una institución entrañable que, como pocas, es punto de unión y encuentro entre los mexicanos. La UNAM es de todos.

No puedo sino sentirme emocionado por los cien años de mi universidad a la que le debo tanto. Goce y soy beneficiario de la libertad que ahí se respira; de los excelentes maestros que propician la reflexión y el debate; del crisol de pensamientos diversos que se manifiestan sin cortapisas; del contacto con personas de muchos lugares, clases distintas, historias contrastantes; de sus instalaciones majestuosas, de las islas lúdicas, de los jardines románticos, del deporte, de la política, de la rebeldía, de la oportunidad de hacerme a mí mismo. Por eso, no puedo en estos 100 años sino cantar “cómo no te voy a querer…” y desgarrarme la garganta con el “Goya…

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